martes, 3 de mayo de 2016

Quiero un gato. Pero no puedo tener un gato... No puedo, porque no me lo permito. Después del Pancho, me es difícil aguantar la idea de encontrar al gato muerto por ahí, de repente. No me creo capaz de soportarlo.

Si estuviéramos viviendo en una casa, lo pensaría mejor. En una casa pegada al suelo, me refiero; con ventanas a la calle, con patios que dan a otros patios. Así, cuando desea morir, el gato simplemente se va. O el gato simplemente se va, y por accidente muere. O lo matan. La idea es que no se muera dentro de la casa.

Pero aquí, en un piso dieciséis, con vista al exterior desde balcones y ventanas, va a ser difícil y casi imposible que el gato se relacione con su exterior. Sería un gato de departamento, con cajita de arena, jueguitos desestresantes, rasguños en los sillones y pelos en la ropa. No es que me molesten esas cosas. Para nada. Lo que me causa inquietud es que el gato no pueda salir de aquí. O sea que si muere (que lo hará, porque es un animal con una vida más corta que la de los humanos y tenemos que afrontar eso), morirá aquí, dentro de la casa. Algún día, después de entregarle todo mi amor, lo voy a encontrar en el baño, o en la cocina, muerto. Y vivir eso de nuevo... no quiero.

Otra cosa que podría pasar, es que viva mucho tiempo y se empiece a enfermar de viejo; o que se enferme por otra cosa, pero que al llevarlo al veterinario nos diga "este gatito ya no puede más, hay que dormirlo". Eso me dolería menos... pero de preferir que pase eso a que en realidad ocurra, hay muchas cosas que podrían cambiar el curso de los eventos.

Mi mamá quiere tener un gato. Y me dice que todas las cosas se mueren: relaciones, animales, personas; y que no por eso voy a privarme de tener relaciones, adoptar animales, conocer personas. ¡Pero duele! Duele mucho exponerme a sufrir otra vez. No creo ser tan fuerte.